sábado, 11 de julio de 2015

Los 3 castigos de mi Padre - Parte 1

Los padres de Daniel llevaban 2 años divorciados, y desde entonces el trato era que su hijo estaría de lunes a viernes con ella, y los viernes en la tarde llegaría a casa de su padre para pasar el fin de semana hasta el domingo.

Daniel prefería estar en casa de su padre, que era más grande y tenía mejores cosas. Especialmente le gustaba por todos los aparatos electrónicos que su padre compraba. Hacía dos meses que su padre le había regalado de cumpleaños N. 18 la última consola de videojuegos y los 3 juegos más vendidos del mercado. Era genial poder jugar con aquél aparato, especialmente usando la pantalla de plasma en la sala de su padre. 

Pero su padre casi siempre estaba fuera y Daniel no sabía muy bien qué hacía o en qué trabajaba, pero en realidad no le importaba. Ni siquiera los fines de semana durante la comida se hablaban mucho, sólo se preguntaban cómo había estado el día pero sin dar mucho detalle.

El único momento en el que Daniel y su padre convivía era cuando salían al patio de la casa a practicar pases de Football Americano o cuando había algún partido bueno en la televisión. El Football, el gimnasio y la afición por los lujos eléctricos era lo único que pareciera tenían en común.

Daniel practicaba Football desde los 10 años, fue una insistencia de su padre, aunque su madre se opuso mucho al principio pero al final cedió. A los 16 años, había empezado a ir al gimnasio, y gracias a eso ya tenía un cuerpo esbelto y marcado, pero nada en comparación con su padre, quien era más alto y mucho más robusto, lo que se notaba especialmente en sus grandes brazos.



Llegó el viernes y como casi todas las semanas, su madre lo dejó frente a la casa de su padre. Daniel tenía llaves de la casa y sabía que su padre aún no regresaba del trabajo, así que entró, buscó algo para comer en el refrigerador y fue a la sala a jugar su videojuego favorito de carreras.

Pasaron unas 2 horas sin que se diera cuenta del tiempo, cuando escuchó las llaves y el abrir y cerrar de la puerta de la entrada. Su padre entró con una cara de evidente molestia.

-Oh! Ya llegaste! Bueno, voy a bañarme y a dormir un rato, ¡tuve un día de mierda! - dijo sin prestar mucha atención a su hijo y subió las escaleras. Daniel percibió el sonido de la puerta de la habitación al abrir y cerrar, seguido del suave sonido del correr del agua. 

Pasado otro rato, Daniel se levantó y fue a la cocina por agua, fue entonces cuando, mirando por la ventana que daba a la calle, pudo verlo: el nuevo y reluciente Mercedes de su padre. 

El carro reflejaba la dorada luz de la tarde, se veía lustroso e impecable. Daniel olvidó lo que estaba haciendo y salió por la pequeña puerta de la cocina que daba afuera. Sin darse cuenta estaba ya frente al carro. ¡Era aún más hermoso de lo que pensó al principio! La pintura se sentía suave al tacto y el interior estaba forrado en piel; pudo ver que todo tenía finos acabados en el tablero y el volante, y el olor a nuevo era adictivo.

De un instante a otro, supo que tenía que manejar aquel vehículo, aunque fuera sólo un poco. Hace unos meses que había empezado a tomar clases de manejo y aunque lo hacía bien, sabía que su padre jamás lo dejaría usar el Mercedes pues era muy posesivo, especialmente con sus nuevas compras de lujo. 

Pero el deseo de Daniel era muy grande.

Recordó que su padre había dicho que iba a dormir; ¡quizá esa sería la única oportunidad que tendría jamás para manejar el nuevo automóvil! El joven regresó a la casa, subió las escaleras y, tratando de hacer el menor ruido posible, abrió la puerta de la recámara principal. Su padre estaba dormido, sólo se había puesto la bata de baño y se había acostado en la cama matrimonial. A su izquierda estaba una mesa de noche con una pequeña lámpara encendida. Ahí Daniel pudo ver la cartera y las llaves del auto nuevo.

Era muy arriesgado, pero el llamado a la aventura era mayor. Haciendo uso de toda su agilidad, Daniel se acercó a la mesa de noche, tomó las llaves, regresó a la puerta y la cerró lentamente. Bajó las escaleras, salió por la puerta pequeña de la cocina y llegó hasta el automóvil. El temor le llegó más claramente: aún podía arrepentirse y regresar las llaves, sabía que si su padre se daba cuenta lo iba a matar. 

Pero ya había logrado demasiado como para arrepentirse ahora.

Con el control del vehículo, abrió los seguros, tiró de la puerta y entró en el lado del conductor. ¡Era aún más hermoso por dentro! Todo relucía y no tenía ni un solo rasguño. 

¡Ya no había marcha atrás! Cerró la puerta, ajustó su asiento y encendió el motor. El corazón se le detuvo por un instante, creyendo que el motor haría un ruido estridente, pero no, fue suave como un ronroneo.

Quitando el freno de mano, echó a andar. Decidió llegar hasta la esquina de la calle, donde habían un semáforo y una pequeña tienda; ahí podría dar la vuelta para regresar a casa de su padre. Todo aquello no tomaría más de 5 minutos y su ansiedad de manejar el Mercedes estaría saciada. 

Llegó sin problema hasta el semáforo que estaba en rojo, lo cual Daniel aprovechó para probar el estéreo del auto. Todos aquellos botones y luces y movimientos le encantaron, y el sonido cubría perfectamente cada espacio del interior. 

No supo cuándo el semáforo cambió a verde, el pitido del auto que esperaba detrás de él lo sacó de su ensimismamiento. Aquello le sorprendió y en una repentina pérdida de control, Daniel pisó el acelerador sin tener firme el volante: el nuevo vehículo fue a chocar del lado derecho contra el poste del semáforo.

-¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! - dijo Daniel aún sin poder creer lo que había hecho. Pensó que lo mejor era regresar cuanto antes a la casa y ahí decidir qué hacer. 

El regreso fue imperceptible pues el chico seguía con la impresión del choque. Finalmente llegó y trató de estacionar el coche en el mismo lugar donde su padre lo había dejado. Apagó el motor, reajustó el asiento y salió. Al dar la vuelta, vio lo que había pasado: el faro derecho estaba estrellado en la parte inferior. 

-¡Mierda! ¡Me cago! - se dijo Daniel, pero ya nada podía hacer. -Quizá no se dé cuenta, o quizá piense que no fui yo- y con esa idea en mente cerró al auto, puso la alarma, entró a la casa y como antes, subió por las escaleras hasta la habitación principal. Abrió la puerta y observó con alivio que su padre aún dormía, casi del mismo modo en que estaba antes.

Daniel actuó con rapidez; llegó a la mesa de noche y dejó las llaves en el mismo lugar y forma que él recordaba que habían estado. Regresó, cerró la puerta, bajó a la sala y encendió la televisión a volumen bajo. 

Imaginó que lo mejor era actuar relajado, así quizá su padre pensaría que él ni siquiera había visto el nuevo auto y cuando viera el faro roto, diría que había sucedido en otra parte.

Pasó una hora y Daniel por fin escuchó ruidos en la habitación. Tras 15 minutos su padre bajó, vestido con una playera interior, jeans y tennis.

-Voy a la tienda por cervezas, ¿quieres algo?- dijo el hombre sin ninguna emoción. -No gracias- respondió Daniel apenas girando la cabeza. Sin añadir más, su padre salió por la puerta principal. 

Daniel esperaba escuchar algún grito o el regreso abrupto de su padre abriendo de golpe la puerta y preguntando por su carro, pero nada pasó. Puso atención para percibir el sonido del motor y el roce de las llantas al andar. 

Fue hasta entonces que Daniel se sintió tranquilo. Probablemente su padre diría que fue algún loco que le chocó cuando el auto estaba estacionado o algo así. 

Pasaron 30, 40 minutos y su padre no volvía. -¡Qué raro! Dijo que sólo iba por cervezas- pensó Daniel. 

5 minutos después escuchó por fin el sonido del carro al aparcarse. Su padre entró poco después, con total tranquilidad pero sin anunciar su llegada. Cerró la puerta y subió las escaleras. Al poco rato, le llamó con voz fuerte desde la habitación:

-¡Daniel, sube!- 

El joven hizo caso sin apagar el televisor, y actuando naturalmente, subió las escaleras y abrió la puerta de la habitación, que estaba a obscuras.

-¿Qué pas... - Daniel no acabó de hablar, tan pronto estuvo dentro del cuarto, su padre lo agarró con firmeza por los brazos y el cuello y lo puso contra la pared.

-¿Creíste que no lo vería verdad cabroncito? ¿Qué no me daría cuenta? - dijo su padre entre hablando y en susurro pero con enfado. El joven no pudo ni responder, su padre lo jaló con su latente fuerza y lo tiró boca abajo sobre la cama, justo a lado de una maleta nueva de viaje.

-¿¡Qué haces!?- por fin dijo Daniel entre asustado y aturdido.

-¡Cállate! - dijo su padre. En rápido y duros movimientos, su padre le quitó los tenis junto con los calcetines, de un tirón le quitó los jeans que arrastaron consigo también los boxers. Daniel quedó boca abajo y sólo con su playera, sin entender qué sucedía.

-¡Sabes muy bien que no puedes tocar mis cosas sin permiso! ¡Lo sabes! - dijo su padre con voz dura. -¡Es obvio que tu madre te permite hacer lo que quieras! ¡Pero eso va a cambiar! ¡Te voy a educar como lo hizo mi padre conmigo! ¡Haré que aprendas y dejes de ser un cabroncito maricón!

Tomándolo de los brazos, jaló al joven a la orilla de la cama y con manos firmes, maniobró para que el joven quedara boca abajo pero esta vez sobre sus piernas. De nada servía que Daniel se resistiera, su padre era mucho más fuerte. -¡Si te resistes te irá peor! ¡Acepta tu castigo como un verdadero hombre!- dijo el hombre.

-¡Déjame! ¿¡Qué haces!?- 

-¡Te dije que te callaras!- con la mano izquierda sujetaba los brazos de su hijo, con la derecha aceró la maleta de viaje. -¡Tengo que educarte como cuando eras un mocoso llorón! Sólo que antes tu madre no me dejaba ponerte disciplina, pero ella ya no está aquí.-

De la maleta sacó un par de esposas metálicas que colocó en las muñecas del joven con bastante rapidez.


-Veamos, tengo que enseñarte varias cosas: primero te enseñaré a no tomar lo que no te pertenece, luego a cuidar las cosas que no son tuyas, y finalmente te enseñaré a ser un hombre y a decir de frente lo que haz hecho y no esconderte como un mariquita.-

-¡Papá! ¡Yaaa! ¡Lo siento! ¡No volveré a ... - Daniel no vio venir el primer golpe que cayó tendido en sus glúteos. -¡Ahhhhh!- 

-¡Muy tarde para disculparte! ¡Sé un hombre y acepta tu castigo! - dijo su padre soltando otro golpe. -¡Ahhhh! ¡Paraaaaa! - gritó Daniel tratando de soltarse, pero el brazo de su padre lo mantenía firme en su lugar.

-¡Esto es por ser un pequeño cabrón ratero! ¡Aprende a no tomar lo que no es tuyo!- y soltó otro duro golpe. -¡Vaaayaaaa! ¡Tienes buen culo! Es por entrenar Americano y por el gimnasio. ¡Eso me lo debes a mí! Si fuera por tu madre, ella te habría metido al ballet o algo así y hoy serías como una niñita. - otro golpe seguido de un grito de Daniel. -¡Mi hijo no va a ser un marica! ¡Yo te haré hombre como debe ser!- 

Daniel no supo cuánto tiempo pasó, pudieron ser unos 10 minutos, la sangre que le llegaba a la cabeza no le dejaban percibir nada que no fuera el dolor palpitante en sus nalgas o la fuerza del brazo de su padre.

-¡Eso es! ¡Parece que ya has aprendido a no ser un ladrón!- dijo finalmente su padre. -¡Ahora aprenderás a cuidar lo que no es tuyo!-

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